Espejos – Lírica sobre los Sueños Realistas del Viejo y el Militante

Por Juventud Radical de Avellaneda
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La aguja del reloj ha dado varias veces la vuelta tras un sol que apenas tardó en ocultarse, y el Militante, consciente del día que le espera, comienza a confundir sueños y realidades para perderse finalmente en un juego de espejismos. Abre la puerta de ese cuarto intermedio que comunica la realidad con la fantasía y se encuentra con un hombre mayor (¿su Abuelo?) sentado y pensando…

Sentado piensa aquel Abuelo en el silencio de su casa mientras reposa sobre un sillón que hoy le parece ajeno; todavía es temprano y faltan algunas horas para el agasajo que le han preparado sus nietos, pero el Abuelo, abstraído del mundo que lo rodea, se mantiene pensativo, sumido en sus sueños, sus anhelos, sus historias. Disfrutando cada segundo que la vida le regala tras haber combatido en batallas de mil años, volverá hoy a reencontrarse con sus nietos, sus más jóvenes admiradores. Ello lo mantiene preocupado; reposa reiteradamente su índice y su pulgar sobre sus labios manteniéndolos así durante algunos segundos, hasta que vuelve en sí y entonces lleva su palma izquierda a su cabeza rasurada. Una y otra vez. De tanto en tanto suspira y entonces, como si el tiempo se detuviera ante su presencia, vuelve a reposar el pulgar sobre sus labios.

Han pasado varios años desde los días de las grandes cruzadas y convertido casi en un mito, acepta con algo de timidez las reiteradas muestras de cariño. Pero hoy…, hoy es distinto. Hoy es especial.

Desde una hora temprana la mesa que invade el centro del salón está dispuesta para el convite. Del otro lado, el Abuelo busca su lugar en la escena y espera ansioso el momento oportuno para irrumpir en el reencuentro. Imágenes de su propia juventud lo mantienen ensimismado y casi sin darse cuenta su alma emocionada se hace carne y dibuja una sonrisa espontánea que realza aquel viejo rostro. La expectación se hace presente.

Pero como si la magia del ambiente se escurriese como el agua, los nietos se suceden entre ofensas y desprecios entre sí, sumergiéndose en sus propias diferencias. De a poco se van acercando al centro de la escena e inundan sus charlas con discusiones absurdas. Los recelos ganan la pulseada a la fraternidad y así, sin conservar la conciencia de la totalidad, un mundo cambia por otro y el enorme agasajo se derruye sobre una manta de cenizas.

El Abuelo y sus nietos comparten la cena mientras se ignoran por completo. Transformado en forma abrupta su rostro y avejentado su espíritu ante tal escena, el Abuelo se hunde en su silla ante el silencio del salón. Un silencio que abruma, que cubre toda la dimensión del escenario y se hace protagonista. Suspira largamente mientras mantiene la cabeza gacha y sus ojos, fuertemente cerrados, sólo transmiten parquedad. Así se mantiene durante interminables segundos, sobre un tiempo que transita lento y pausado, hasta que al fin levanta la mirada en búsqueda de respuestas que nunca llegarán e inundados son ojos por un mar de lágrimas se deja vencer por la decepción.

Llora el Abuelo de las mil batallas ante la pasividad de unos nietos que no entienden bien qué es lo que sucede. Llora frustrado ante el asombro de unos jóvenes que no comprenden que hoy son hermanos de la vida. Llora buscando palabras que sepan expresar su dolor. Llora, el Abuelo llora.

Aunque al fin, el incómodo silencio se derrumba en forma atronadora cuando el más joven de los nietos (¿el Militante?) ve torcer su alma y abatirse su corazón al comprender en forma cierta que aquel Abuelo, tan humano y virtuoso, no pretendía más aquella noche que reencontrarse con los jóvenes sobre el clima de armonía y hermandad que habita en cada familia; no pretendía más, en definitiva, que ver a sus nietos unidos. Y así, se acerca a su Abuelo, constreñido por la fatalidad de la culpa, para perderse con él en un abrazo sincero que termina por detener los corazones de la juventud.

El Militante se sobresalta. Se despierta con la esperanza de que su pesadilla, casi tan real, casi tan angustiante, sólo haya sido fruto de sus miedos, de su ansiedad, aunque bien sabe que si él hubiese intervenido conscientemente en el sueño, habría escrito un cuento para que aquello no suceda.