¿De dónde venimos? III: Lo personal es político

Por Charo Márquez
@cafeesamor

En la segunda entrega de esta genealogía prometimos abordar un lema fundacional del feminismo moderno: lo personal es político. A partir de este sintagma se despliegan varias líneas del movimiento que incluso siguen y van cobrando más firmeza el día de hoy. También en esta frase se sustentan las derivaciones más biologicistas que están en el extremo derecho del feminismo. Vamos por partes:

La autoría de la frase permanece en disputa o, mejor dicho, se le adjudica a muchas a la vez. Shulamith Firestone, Audre Lorde, el colectivo del Río Combahee: todas, cada una, en simultáneo empezaron a usar “lo personal es político” para sacar de la cocina los problemas que atravesaban las mujeres en su vida.

Gracias a Hannah Arendt sabemos que lo sucede en el ámbito privado puede ser también entendido políticamente. Hasta entonces, lo que pasaba en un matrimonio -por ejemplo- quedaba regalado a esas dos personas, era un problema individual. La carga de la culpa y de la solución recaía siempre sobre las mujeres que atravesaban todo tipo de situaciones violentas sin poder siquiera ponerle un nombre. Pero también, las prácticas sexuales eran entendidas como algo meramente individual, sui generis de cada pareja.

Sin embargo, hay quienes proponen que el feminismo debería encargarse solo de romper el “techo de cristal” que limita las opciones de ascenso en el sistema capitalista -en cualquiera de sus mercados-. Ellas son denominadas como “feministas liberales”, no siempre peyorativamente. Para muchas de ellas, es compatible con el movimiento querer la legalización del aborto pero estar en contra del acceso universal y gratuito al sistema de salud, aunque implique también pagar por las interrupciones voluntarias del embarazo.

Del otro lado -en una grieta que aunque no tiene solamente este corte, vamos a simular que sí- están las feministas radicales. Quienes vinieron siguiendo nuestras columnas sobre la organización del 8M en CABA y del Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans, ya saben de qué se trata esto. Pero vamos al origen porque no siempre y no todas, las radfem fueron la expresión de extremo biologicismo que son hoy en nuestro país.

Shulamith Firestone, Angela Davis, Audre Lorde, Kate Millet: feministas poco conocidas en estas latitudes pero fundamentales de una rama del movimiento que logró unir las teorías emancipadoras de las mujeres (,lesbianas, travestis y trans) con la otra gran corriente de liberación, el marxismo. Este infeliz matrimonio, como lo describía Hartmann, encontró una síntesis en el radfem. Hay otras: el trotskismo vernáculo y el socialismo italiano, por ejemplo, hicieron sus propias lecturas de la opresión de las mujeres; lo mismo hicieron las anarquistas. Los tres movimientos tienen trabajos y praxis en este sentido desde hace más de cien años. En otra entrega, nos ocuparemos de ellas, algunas de las mentes más lúcidas del feminismo: Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo, Emma Goldman, Alexandra Kollontai.

La rama radical del árbol cada vez frondoso de nuestro malamado movimiento, estaba integrada, ahora, no solo por las blancas, heterosexuales (hoy agregaríamos cisexuales pero en esa época el término no existía), ricas y estadounidenses, sino también por las negras, lesbianas, indígenas, migrantes y pobres. Todas ellas a la vez aunque no necesariamente juntas empezaron a pensar en cómo trascender los límites impuestos por un feminismo que les exigía que la solidaridad de género fuera más fuerte que la de clase o que dejaran de lado las diferencias raciales y étnicas (piensen que estamos en los años sesenta y setenta en Estados Unidos, Martin Luther King, las Panteras Negras, toda la movida por los derechos civiles a flor de piel) y de orientaciones sexuales (hola, Stonewall) y se pusieran la única camiseta de ser mujeres para romper los techos de cristal pero sin hacer demasiado lío. La respuesta encontrada por las radicales fue que todo el maldito sistema estaba mal.

De hecho, son las primeras en notar que el ascenso de una mujer blanca en el mundo corporativo suele estar sostenido por el trabajo doméstico de otra mujer que recibe un salario menor que su empleadora, que a su vez suele ser negra o marrón y/o migrante y que nunca va a llegar ni a la puerta de donde aquella sueña. Y sin embargo, el cuidado de lxs hijxs, parientxs enfermxs, y la casa quedan a su cargo. La “doble jornada de la mujer” queda, entonces, tercerizada en una más pobre y con menos posibilidades. Pero eso sí, la primera llega a ser la Directora de Operaciones de Facebook (hablamos de Sheryl Sandberg, quien dijo que el mundo iba a ser mucho mejor si la mitad de los cargos corporativos estuviera ocupado por mujeres, pero ¡siguiera todo igual!). Este argumento está desarrollado en el “Feminismo del 99%, un manifiesto” sobre el que vamos a hablar en la próxima entrega de esta genealogía.

Además, las feministas radicales ponen el acento en un espacio que hasta el momento no había sido muy explorado por el feminismo: la vida sexual. Si ya se había reconocido que el sistema patriarcal o el machismo eran estructuras culturales que sostenían la opresión de las mujeres en las limitaciones para el estudio, el acceso a cargos y derechos políticos y económicos, en esta época se empieza a hablar de que la heterosexualidad también puede ser dañina. Es la época del Manifiesto SCUM de Valerie Solanas. Estamos muy cerca de “las lesbianas no somos mujeres” de Monique Wittig y de “la heterosexualidad obligatoria” de Adrienne Rich. Estamos preparando el terreno para Andrea Dworkin y Catherine Mackinnon. Estamos, básicamente, por decir que la heterosexualidad es un régimen político con opresores y oprimidas. Con expulsadas y fugitivas. Con normas y castigos. Con estéticas permitidas, buscadas y obligadas.

También estamos en la época en la que las mujeres negras ponen el grito en el cielo por la violencia a la que fueron sometidas durante siglos. Como esclavas, como libertas, como ciudadanas y trabajadoras de segunda, como migrantes. Y a la que siguen siendo sometidas pese a la igualdad que garantizan las leyes y enmiendas que en Estados Unidos se aprueban y ponen en marcha en los años 60. Así como las mujeres blancas de clases medias se habían aliado a los varones negros en el siglo XIX en busca de la abolición de la esclavitud, las mujeres negras fueron a reclamar a los espacios de las feministas blancas que caminen junto a ellas. Pero fueron pocas las que se animaron a salir a romper todos los esquemas políticos y armar alianzas hasta ese momento inauditas.

Lo mismo pasó con las lesbianas, las indígenas, las migrantes, las pobres. Por eso el enfrentamiento, la grieta. Lo que le reclaman, finalmente, las radfem a las liberales es consciencia de los privilegios de clase, de raza, legales, sexuales de los que gozan. Es probable que algo de esto les suene de las discusiones que se dieron en La Plata en el 34° Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans. Como ven, lxs feministas no somos muy expeditives en la búsqueda de síntesis políticas, pero estamos yendo hacia allá.

Pero al comienzo dijimos que de acá también venían los argumentos del feminismo radical transexcluyente, así que vamos al hueso: una de las referentes políticas del TERF (por las siglas en inglés) es Andrea Dworkin.

Andrea Dworkin nació en 1946 en Camden, Estados Unidos. Como muchas millones de mujeres en el mundo, fue abusada sexualmente de niña, fue incorporada al sistema prostituyente de forma violenta, fue violentada por su marido, logró salir de todo ese círculo del mal y se convirtió en una referente del feminismo más radical que conocemos.

Cobró notoriedad en los años setenta por su postura en contra de la pornografía. En una de las acepciones más habituales de “lo personal es político”, Dworkin entiende que la vida sexual de las mujeres con los varones suele estar mediada por el uso de la violencia. Que la obligatoriedad de la heterosexualidad se sustenta en mecanismos vejatorios, humillantes, colonizantes, de odio sobre los cuerpos femeninos. La industria pornográfica vendría a ser una forma de pedagogía de la crueldad sostenida en una estética apta para todo público que habilita que todos los intercambios sexuales entre varones y mujeres estén moldeados por estos preceptos: falocentrismo, uso de la violencia física (aunque esté consentida), falta de cuidados de salud reproductiva, y sobre todo, la humillación de las mujeres cuyo placer no es tomado en cuenta en las producciones pornográficas, según el análisis de Dworkin (y muchas otras). “La pronografía es la teoría, la violación es la práctica”. Este esquema se traslada, por supuesto, a la prostitución y otras instituciones como el matrimonio.
Esta vivencia de que la heterosexualidad, la prostitución, la pornografía y el matrimonio pueden ser violentas sobre los cuerpos feminizados no es exclusiva de las mujeres cisexuales (que fueron asignadas como niñas al nacer en base a su aparato reproductivo visible), sino que también es algo conocido por las travestis y transexuales. Recordemos a Lohana Berkins en su lucha profundamente abolicionista del sistema prostituyente tras haberlo experienciado en carne propia durante años. A Diana Sacayán, asesinada de la forma más cruenta en su casa, el viernes anterior al Encuentro en Mar del Plata: la Justicia catalogó su muerte como un travesticidio.

Pero, además, la propia Dworkin, y también Mackinnon y Millet han declarado más de una vez que las mujeres trans son mujeres y que su lucha es con ellas también.

Pareciera que la acepción TERF del feminismo radical está empecinada en extremar la cuestión biológica a un punto tal que solo las hermana con el conservadurismo. Equiparan haber nacido con pene con ser varón con tener deseos condicionados por la estética del porno y la cultura de la violación. Así como equiparan haber nacido con vulva con ser mujer con una vida necesariamente destinada al sufrimiento de la violencia machista. Como dice Laurie Penny: biología no es destino. Pero las TERF parecen no entenderlo y leen a Dworkin y a las demás feministas radicales con los anteojos de la medicina que tan cara le ha costado a los cuerpos no hegemónicos a lo largo de los siglos.

Como en el feminismo también todo es política, queda seguir dando la disputa por el sujeto del movimiento, que es lo que, finalmente, está en debate entre las radicales y las liberales. Y entre las TERF y todo el resto.

Nos leemos la próxima, con el Manifiesto de Nancy Fraser, Cinzia Arruzza y Tithi Bhattacharya que vuelve a dar la puntada en el centro mismo de la contradicción más actual del feminismo.