Se inaugura el Teatro Picadero

Hoy a las 18 abrirá sus puertas el Teatro Picadero, Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857, a metros de Corrientes y Riobamba. Este importante hecho cultural de la Ciudad de Buenos Aires es impulsado por Sebastián Blutrach y cuenta con el apoyo del Ministerio de Cultura porteño.
En el acto de apertura, estarán presentes: Hernán Lombardi, ministro de Cultura porteño; Tito Cossa, presidente de Argentores y emblema de Teatro Abierto; Sebastián Blutrach y personajes de la cultura.
Después de más de 30 años de ser destruido por un incendio intencional que quiso y no pudo callar la libertad de expresión, y luego de algún valioso intento de volver  a hacerlo funcionar como teatro, hoy es una realidad que este ámbito, histórico en su esencia y nuevo en su concepción, recuperará para el teatro uno de sus más preciados espacios, el cual contará con 295 butacas distribuidas en forma semicircular (en forma de anfiteatro). Además contará con un espacio gastronómico temático y una gran terraza con fines múltiples, junto a diferentes lugares para la comodidad tanto del artista como del espectador.
El martes 29 de mayo, se estrenará la primera producción (en este caso una coproducción entre Pablo Kompel y Sebastián Blutrach). Se trata del musical “Forever Young”, que adaptada por el grupo español Tricicle estará dirigida por el Macoco Daniel Casablanca.
Emplazado en el Pasaje Rauch 1843 (hoy Pasaje Enrique Santos Descépelo), fue diseñado en 1926 por el arquitecto Benjamín Pedrotti para ser usado por una fábrica de bujías. Su fachada podría inscribirse en el estilo “Florentino”. Su constructor fue A. Carte.
Hacia 1920, Don Armido Bonelli era el representante de las Bujías alemanas Bosch. A causa de la Primera Guerra Mundial, la marca es expropiada por el Gobierno de EE.UU. y pasa a llamarse American Bosch: es por eso que la sigla «AB» y la cara del aviador es el logo que vemos en la salvada fachada. La cara pertenece a «FRITZ», el personaje de un aviador alemán que era el isologo de la marca germana original.
El pasaje donde se encontraba la fábrica se llamaba Coronel Rauch. La calle fue parte del trazado del primer tramo ferroviario que recorrió Buenos Aires y por allí circulaba la mítica locomotora «la Porteña», que hoy se exhibe en el Museo de Luján.
A fines de los 70, Guadalupe Noble junto a Antonio Mónaco, comenzaron a idear una sala teatral adelantada para su época, que rompiera con el modelo clásico del teatro “a la italiana”. Soñaban con una sala polivalente, con una estructura que le permitiera cambiar y adecuarse a todo tipo de puestas. La intención era concebir un espacio dramático no convencional, que diera cabida a propuestas nuevas. Así es como el 21 de julio de 1980, inauguraron en este edificio el Teatro del Picadero con «La otra versión del Jardín de las Delicias», inspirada en «La máscara de la muerte roja», de Edgar Allan Poe.
Por su espíritu vocacional e independiente, fue la sala seleccionada para presentar, en 1981, el ciclo Teatro Abierto, una manifestación que agrupaba a dramaturgos, directores, escenógrafos, técnicos de la escena y actores, que decidieron demostrar que el teatro argentino, a pesar de la indiferencia gubernamental, todavía existía y gozaba de buena salud. Eran tiempos de intolerancia y violencia, donde el pensamiento podía ser un instrumento muy peligroso para los miembros del poder político en manos de una dictadura militar. La respuesta oficial a este emprendimiento cultural fueron bombas de magnesio que se tiraron al amparo de la quietud de la madrugada. Su interior fue totalmente destruido, solo quedo en pie su fachada que se conserva intacta.
En su corta vida, de menos de un año, su nombre se convirtió en un icono de la memoria de la cultura de la resistencia.
Reconstruido tras el incendio, funcionó durante años un estudio de grabación hasta que en 2001 se intentó recuperarlo como espacio escénico. Así, el 16 de julio de aquel año se reinauguró la sala bajo el nombre de El Picadero, con dirección artística del actor y director Hugo Midón e inversión del empresario Lázaro Droznes, que lo adquirió en 1991. Se presentaron obras que conjugaban teatro y música, pero aquellos eran tiempos difíciles y el emprendimiento no prosperó.