A 44 años, los lápices siguen escribiendo

La carátula del documento policial, que remedaba el cinismo y la vocación criminal de los nazis, decía “La Noche de los Lápices”. Sus autores pretendían inscribirse en una dudosa tradición inaugurada por Hitler y Goebbels, con “La Noche de los Cuchillos Largos” (1934) y “La Noche de los Cristales Rotos” (1938). Al mismo tiempo, buscaban asociarse con la más cercana “Noche de los Bastones Largos” (Onganía, 1966), que fue cuando una dictadura argentina aplastó y dispersó con su bota las universidades y centros de estudios del país.

Ya se había perpetrado el Apagón de Ledesma, en julio de 1976, pero aún no era conocido como la “noche” (o como las noches) del Apagón. Y aún los grupos de tareas de la dictadura, en Mar del Plata, no habían ejecutado la terrible “Noche de las Corbatas” (1977), para escarmentar a los abogados laboralistas y defensores de presos políticos.

Se registraron otras “noches” represivas durante la última dictadura (Noche del mimeógrafo, 1976) y aún después de la dictadura (Noche de las tizas, 2005), pero las únicas “noches” cuyos nombres fueron impuestos por los verdugos son las de La Plata y Mar del Plata. Y de las dos, la única que logró ser totalmente resignificada y convertida en bandera de lucha por los derechos y las libertades de los estudiantes más jóvenes, ha sido la Noche de los Lápices.

Un plan represivo, específico

La Coordinadora de Estudiantes Secundarios (CES), conformada por centros de estudiantes y agrupaciones políticas que actuaban en la capital de la provincia de Buenos Aires, había logrado hacia fines de 1975 el BES (boleto estudiantil secundario), una conquista especialmente valorada por el estudiantado de los sectores medios y populares. Por eso, la suspensión por el gobierno de facto del boleto estudiantil, en agosto de 1976, fue utilizada por la policía de Camps y Etchecolatz, en coordinación con el Batallón 601 y el Destacamento de Inteligencia 101 del Ejército, para identificar a los líderes y referentes más activos de la militancia estudiantil secundaria, tanto en la ciudad de La Plata como el área cultural de influencia.

Atribuyen al comisario general de la Bonaerense y especialista en Inteligencia Alfredo Fernández (Legajo Conadep 7169) la redacción del documento titulado “La Noche de los Lápices”, en el que se habla, sin eufemismos, de detectar y eventualmente eliminar a los “integrantes de un potencial semillero subversivo”.

El hecho de que la mayoría de las víctimas de la Noche de los Lápices estén desaparecidas (lo mismo que las víctimas políticas, estudiantiles y gremiales de otros operativos cumplidos en suelo bonaerense) y el hecho de que existan sobrevivientes de tales operativos (muchos de los cuales fueron legalizados, encausados y derivados a cárceles del sistema), nos muestran que el boleto estudiantil fue sólo una excusa y parte de un plan para descabezar al activismo estudiantil, evitando que una segunda y tercera generación de estudiantes retomaran las banderas de sus hermanos, sus primos o sus amigos mayores caídos en la lucha revolucionaria y la lucha contra la dictadura.

La primera parte de aquél operativo de Inteligencia y represión fue un éxito para los verdugos de la dictadura: aulas diezmadas y silenciadas, miles de desaparecidos, cientos de sobrevivientes vigilados y con mandato de silencio, y los asesinos “probados pero sueltos” (Rodolfo Walsh dixit).

Fue recién en el regreso de la democracia, con la vanguardia que sin duda representaron los organismos de Derechos Humanos, cuando el pueblo argentino y sus instituciones lograron reencontrarse con la verdad, recuperar la memoria de las luchas sociales y políticas e impulsar y acompañar la justicia por delitos de lesa humanidad, un hecho inédito en el mundo y que debe ser motivo de orgullo.
La apropiación del sentido
Llevó más de treinta años, desde que se realizaron las primeras acciones de memoria y justicia sobre la Noche de los Lápices, investigar, comprender, juzgar y resignificar, sobre todo en la mente de las nuevas generaciones de estudiantes, aquel hecho trágico de los años de la dictadura.

Fueron muy importantes, en ese camino, el libro de investigación La Noche de los Lápices, de María Seoane y el ya fallecido Héctor Ruiz Núñez, más el film homónimo que dirigió Héctor Olivera, quien ya en 1974 había entregado otro largometraje que hizo época: La Patagonia Rebelde, con guión de Fernando Ayala y del periodista y escritor Osvaldo Bayer.

Sin embargo, hubo un cortometraje documental, realizado por el Taller Experimental Audiovisual de la Facultad de Bellas Artes de la UNLP (en representación de un colectivo que luchaba por la reapertura de la carrera de Cine) que reflejó lo que estaba ocurriendo en la base de aquel movimiento colectivo de recuperación de la memoria. Aquel corto, en el que participó con su propio testimonio el sobreviviente Pablo Díaz, se tituló Memoria y homenaje a la noche del 16 de setiembre de 1976 y fue proyectado y conocido junto con el largometraje de Olivera. Hoy quien quiera apreciarlo lo hallará en el canal YouTube.

En aquel momento –año 1986- todavía verdugos impunes como Ramon Camps concedían reportajes con una pistola sobre el escritorio y se jactaban del “trabajo” de eliminación y desaparición de personas que habían realizado. Sin embargo, –como reflejaban el cortometraje e incluso el film de Olivera- nuevas generaciones de estudiantes marchaban por las calles platenses y pintaban y decoraban las paredes con retratos de los desaparecidos en la Noche de los Lápices.

De a poco, las oleadas de nuevos estudiantes preguntaban, querían saber y finalmente se identificaban con aquellos compañeros que habían peleado por el boleto estudiantil y también –aunque parecía inalcanzable- por destruir el orden injusto y tratar de construir un mundo nuevo (así lo ha expresado, con inobjetables palabras, la sobreviviente Emilce Moler).

A 34 años de aquel primer movimiento de resignificación, de apropiación del sentido de una historia, ya nadie discute que los “lápices” (un poderoso símbolo) siguen escribiendo y más: ganaron la batalla.

Sobrevivientes de aquella “Noche” –como la citada Moler, como Pablo Díaz, como el exiliado Gustavo Calotti- siguen contando su historia a los más jóvenes, respondiendo a sus preguntas y acompañando las nuevas luchas. Libros, conferencias, enlaces por zoom y plataformas virtuales, conversatorios, todo tiene que ver con lo mismo y es parte de una misma lucha. Porque los lápices siguen escribiendo.
Una de las estaciones del terror, en aquel “circuito Camps” que fue y sigue siendo juzgado y condenado, fue llamada por los represores “Pozo de Banfield”. Hoy, la Mesa de Trabajo del Espacio por la Memoria del ex Pozo de Banfield es uno de los núcleos más activos en la conmemoración del “Mes de la Juventud y los Derechos Humanos”. Miembros de HIJOS, nietos restituidos, víctimas sobrevivientes, Madres y Abuelas, todos tienen un espacio para contar su historia y para responder a las preguntas de los más jóvenes.

El sábado 26 de septiembre, mediante plataforma virtual y con auspicio de las Secretarías y organismos de Derechos Humanos, se hará la presentación formal de La larga Noche de los Lápices, el libro de Emilce Moler.

Y el 27 de octubre, tal vez como continuación natural de esta resignificación y esta apropiación de sentido, dará comienzo un nuevo juicio por delitos de lesa humanidad, en donde deberán comparecer como imputados 14 represores de la dictadura, entre ellos el genocida Miguel Etchecolatz y el médico policial Jorge Bergés.

Los crímenes se cometieron en los CCD “Pozo de Banfield” y “Pozo de Quilmes”. Pasarán por la sala del TOF 1 de La Plata, de modo virtual y/o presencial, cerca de 400 testigos, entre sobrevivientes y familiares de las víctimas.

La Noche de los Lápices ha ido creciendo desde aquellos días oscuros en que la única palabra y la única voz que podía oírse era la de los verdugos. Hoy, los Lápices están de pie, interpelan a los verdugos, interpelan al poder. Y su mejor historia aún no ha sido escrita.

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