Long shot: la comedia amorosa del siglo XXI

Por Charo Ramos
@cafeesamor

Crecí viendo comedias románticas con mi abuela: pasábamos la tarde haciendo zapping hasta que encontrábamos cualquier película, aunque estuviera empezada, en la que hubiera vestidos de época y mujeres enamoradas. Nuestra actriz preferida era Audrey Hepburn, para sorpresa de nadie. Pero con los años y el feminismo me empezó a costar horrores ver comedias románticas. Los papeles decimonónicos, los roles patriarcales, las vidas truncadas de las mujeres por las promesas nunca realizadas de los varones. Hasta que encontré Long shot, protagonizada por Seth Rogen y Charlize Theron.

A Seth Rogen lo conocemos de éxitos tales como Freaks and Geeks (creo que necesito escribir sobre esta serie, que fue un semillero de comediantes y tampoco le dimos mucha bola), Fan boys (por favor, véanla en cuanto puedan, es encantadora), The interview y muchas pelis y series más. Charlize Theron, bueno, es una diosa hollywoodense: en Mad Max es una heroína post apocalíptica, en Sweet november encarna un personaje bien tradicional de chickflick, y en Atomic Blonde es la mejor versión de James Bond que vi en la vida (y las vi todas). Son dos actorxs con tradiciones bien distintas, pero en Long shot quedan impecables juntxs.

Porque la historia es perfecta. Porque cambió el amor, pero también se transformó el cine. Dan Sterling (Girls, South Park) y Liz Hannah (Mindhunter, The Post) escribieron un guión que da cuenta del cambio de época: si bien la introducción de la película es con Seth Rogen, el personaje con poder y centralidad es el de Charlize. Ella interpreta a Charlotte Field, Secretaria de Estado de los Estados Unidos, quien decide iniciar la carrera electoral por la presidencia del “mundo libre”. Él, en cambio, hace de Fred Flarsky, un periodista que es lanzado al vacío del desempleo.

La misma noche en la que lo despiden, Fred va a una fiesta y se reencuentra con Charlotte, que había sido su niñera cuando eran chicxs. No solo ella es una altísima funcionaria pública sino que además es más grande que él. Los cánones del amor clásico de Hollywood ya no rigen. Historias como la de Sabrina (no la bruja adolescente sino la película de Audrey Hepburn) o incluso La Niñera no serían escritas hoy en día más que para sostener los residuos de una cultura que ya empezó a morir frente a la emergencia de nuevos guiones amorosos posibles (estuve leyendo sobre Gramsci estos días, ¿se nota?).

Podríamos decir que Long shot está mucho más cerca de Veep que de Mi querido presidente. Es una aproximación desviada a la política estadounidense: no es un varón que intenta salvar al mundo, sino una mujer con expectativas claras y un rumbo certero, que conoce las reglas del juego y está dispuesta a jugar por lo que cree y quiere. Hasta que el amor irrumpe y va a tener que tomar decisiones.

Fred se frustra porque en el camino de la construcción de Charlotte como candidata a presidenta hay desencuentros en su vínculo incipiente. Él, por momentos, es torpe, ella se pone avasallante. Pero lo que hace que esté escribiendo esta columna es que Fred no se enoja como macho americano y sale corriendo en busca de una ama de casa, ni ve su masculinidad herida, ni tampoco imposta a un aliado feministo. La acompaña mientras y cómo puede.

Hay escenas entrañables como una en la que en una gala en Buenos Aires bailan apretadites. Otra en la que huyen de un ataque terrorista y ella lo calma como buena Secretaria de Estado entrenada para las peores situaciones, y él se deja cuidar. Yo lloré en algunas partes y sobre todo me reí sin sentirme incómoda ni comprometida con mis creencias políticas.

Long shot es, realmente, una apuesta ganadora de comedia ya no romántica sino amorosa con plena vigencia en un siglo XXI signado por el feminismo, la política y el periodismo mezquino.