Diez años de la noche que nos cambió la vida

Por Charo Ramos
@cafeesamor

Hacía un frío tremendo, eso es lo primero que recuerda cada persona a la que le pregunto por la noche en la que se aprobó el matrimonio igualitario. El 14 de julio de 2010, miles de personas nos reunimos en la Plaza de los Dos Congresos para presenciar la votación que cambiaría nuestras vidas.

Fuimos llegando desde la mañana. Activistas de distintas agrupaciones de lesbianas, gays, travestis, trans, intersex, queer y más (en esa época, el término no binarie no se usaba tanto en nuestro país, por eso no lo incluyo) empezaban, ya a las once de las mañana, a colgar las banderas de las rejas. A armar los gazebos para guarecernos del frío. Organismos estatales habían garantizado un escenario con pantallas y sonido para que la comunidad pudiera seguir en vivo lo que pasaba en el Senado.

En 2010, las redes sociales y los teléfonos con internet eran una rareza. Conseguir información de adentro era un privilegio que ostentaban solo algunes referentes. Como dice Clara Barrenechea -periodista marplatense, que llegó en un micro organizado por la Facultad de Periodismo de La Plata, en esa época dirigida por Florencia Saintout-, realmente no estábamos segures de que llegáramos con los votos, y nos quedamos hasta el último minuto. También era porque no lo podíamos creer.

La expectativa era enorme: el matrimonio entre personas del mismo género abría una caja de Pandora de ampliación de derechos en nuestras vidas. Era el reconocimiento formal de nuestros vínculos afectivos, de la existencia de nuestras familias. Era la posibilidad de visitar a nuestra pareja en un hospital, de heredar bienes, de anotar a nuestres hijes con los apellidos que realmente queríamos que tuvieran. Para miles de personas fue la oportunidad para salir del clóset. Para otras, como dijo Mafalda Sánchez, -militante, en ese momento, de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Travestis y Trans- “el matrimonio igualitario a muches nos permitió volver a nuestras casas de las que nos echaban o nos íbamos y recibir un abrazo”. Esa noche fue el resultado de años de organización, activismo, trabajo territorial, lobby, formación, rosca, y sobre todo, convencimiento político de que había un sector de la población que necesitaba ese derecho. Finalmente, era el reconocimiento de nuestra existencia, por parte del Estado, y también de la sociedad.

La discusión -como varios años después pasó con el aborto- se instaló, gracias a los medios, en las mesas familiares. Fue un catalizador de miles de otras discusiones que no veníamos pudiendo tener.
Pasamos meses escuchando discursos de odio. Viendo a los sectores conservadores de las iglesias movilizarse por primera vez desde los años ochenta -en ocasión de la ley de divorcio- en contra de la ampliación de derechos.

Sin ir más lejos, el 13 de julio, se hizo una manifestación de miles y miles de personas que llegaron en sendos micros escolares con banderas naranjas. Venían de las escuelas confesionales conservadoras y pedían el respeto a la familia, a la tradición y a la biología. Como en 2018, sí, pero con otro color y el mismo discurso de odio. Venían a salvar a la población de la peste rosa nuevamente, de la perversión sexual que las parejas homosexuales y lésbicas provocaban en les niñes.

Pero al día siguiente, Congreso se vistió de colores. Llenamos la plaza de banderas del orgullo, pancartas, algunes osades ya se animaban al glitter. Durante horas bailamos, cantamos, chapamos en las paradas de colectivo de Entre Ríos. Tomamos birra en latitas y comimos guiso de olla popular.

Para Ignacio Gelso, que fue desde La Plata con un amigo, fue un momento políticamente muy significativo: su organización no había acompañado el reclamo. Es que en esa época, la agenda LGBTIQ+ no estaba tan bien vista por el campo popular. Se necesitó de una decisión política muy firme por parte del gobierno y de diputades y senadores clave de otros bloques -entre los que destacamos al radicalismo y al Partido Socialista que desde el primer momento se pusieron al hombro la elaboración de un proyecto conjunto y de vanguardia- para que saliera la ley. Cuenta la leyenda que Cristina Fernández de Kirchner se había llevado a unas senadoras a China para que no pudieran votar en contra. Inchequeable, pero le agradecemos enormemente.
Ni siquiera el movimiento LGBTIQ+ en su conjunto estaba de acuerdo con la ley. Para un sector importante de activistas más cercanas al anarquismo, la ley era sencillamente la intrusión del Estado en nuestras camas. El feminismo, por su parte, no acompañó en pleno ni mucho menos. Se necesitaron varios años para que esas agendas pudieran acompañarse de forma beneficiosa para ambas partes, y aún hoy, nos encontramos en mucha soledad cuando marchamos por los trans-travesticidios y crímenes de odio que sufre nuestra comunidad. Pongo un asterisco acá para retomar en otro artículo o espacio, pero es un tema a reflexionar.
Una de mis madres todavía era diputada y nos ofreció ir a ver la votación a su despacho. Pero no iba a cambiar por nada del mundo, ver rodeada de miles de personas el momento en el que se definiera el campeonato.

Minutos después fue el discurso de Pichetto, que era el jefe de bloque peronista (sí, el candidato a vicepresidente de Juntos por el Cambio en 2019), y sucedió una de las perlitas de la noche: la oposición al proyecto había presentado una alternativa que iba por la unión civil (algo así como un matrimonio pero con status menor en términos legales, que no solucionaba casi nada, pero el conflicto era simbólico: para elles, el matrimonio es la sagrada unión entre un varón y una mujer a los ojos de Dios), y además proponían una objeción de conciencia -como se propone con aborto, de nuevo- por parte de les jueces de paz de modo tal que si une funcionarie no quería casar a dos varones, por ejemplo, podía excusarse: para el Pichetto de 2010 esto era propio de la Alemania nazi. No le dijo nazi directamente a Negre de Alonso, pero en la plaza, en plena madrugada, visto por las pantallas gigantes, se sintió así. Se escuchó un “uuuuuh” de miles de personas a la vez. No era una buena señal que el jefe del bloque mayoritario insulte a una representante de la oposición.
Los ánimos afuera se caldearon, empezó el agite. Extrañamente no recuerdo ninguna canción propia de la lucha por el matrimonio, sólo recuerdo las caras de quienes tenía alrededor. Estábamos ilusionades, pero no queríamos comernos la curva. La verdad es que las chances de que salieran no eran tan altas.

Finalmente, a las cuatro de la mañana se votó: por 33 votos afirmativos y 27 negativos, se aprobó la modificación de la ley de matrimonio civil. No lo podíamos creer. Miraras adonde miraras, en Congreso, había gente llorando. Jovencites cuyas madres no sabían que estaban festejando la ley. Familias enteras con niñes abrigades en cochecitos. Parejas pidiéndose casamiento y diciendo que sí, sabiendo que ahora sí, que se iban a poder casar. Amigues en ronda brindando con petacas. Referentes que celebraban en el escenario un logro que la comunidad había pedido durante décadas. Un universo nuevo de sentido que se abría a partir de la igualdad de derechos civiles.

La fiesta siguió en la plazoleta del Obelisco, que para algo se llama Plaza de la República. Ahí, una centena de osades vio el amanecer de un nuevo ciclo político que se iba a extender por todo el continente.

Hoy, 15 de julio de 2020, pueden ver desde las 13 horas la sesión completa en el canal de YouTube del Senado de la Nación.

Foto: Noticias Argentinas