No se puede ser feliz en soledad

Por Charo Ramos
@cafeesamor

El día del orgullo gay, lésbico, bisexual, travesti, trans, intersex, queer y más siempre es incómodo: o porque las marcas aprovechan para hacer sus campañas de pinkwashing (esta vez, googleé por ustedes https://es.wikipedia.org/wiki/Pinkwashing), o porque la convocatoria de la marcha es confusa -como el año pasado- o porque hay tantas fiestas que no sabemos a cuál ir, o porque nos recuerda de forma contundente que todos los días salimos del clóset y volvemos a entrar en él para ponernos a resguardo.

Este año, el 28 de junio es incómodo porque estamos en casa. La pandemia sigue acechando y, aunque en gran parte de Argentina, ya hayan llegado a fase 5, marchar no se puede.

Este año no me voy a abrazar con mis amigues en Avenida de Mayo. Ni a discutir con mi mamá si la estrategia de comunicación de la marcha fue buena o no. Ni a reencontrarme con mis ex parejas del amor. Ni a entrar a la Plaza de la mano de mi novia. Tampoco voy a poder exigir justicia, reconocimiento y reparación por la pauperización de las vidas de travestis y trans y por los crímenes de odio que cada 96 horas se cobran una vida.

Desde hace días que con Mariana pensamos qué podemos hacer para celebrar el orgullo. Pero estando en casa es muy difícil. Yo soy lesbiana porque me gustan mujeres, lesbianas y feminidades (y masculinidades, digamos todo y a llorerar etiquetas a la llorería). Soy lesbiana porque antes de entender esto, fui criada por una madre lesbiana que hizo lo que pudo para cuidarme de este mundo de gusanos hetero-cis-capitalistas. Ella, mi madre segunda, una batería fuerte y robusta de tías, tíos y una familia que llegó a ser amorosa y comprensiva me pusieron a resguardo. Soy lesbiana porque una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo y elijo pararme acá, en un punto incómodo del mapa. Que no me contiene, que me contiene, que se borronea, que se mueve, pero al que siempre vuelvo. Soy lesbiana porque me reconozco en una genealogía de otras lesbianas que decidieron huir de las expectativas puestas sobre ellas, que se convirtieron en fugitivas del desierto. Soy lesbiana porque la precariedad de este mundo me conecta con otres como yo. Soy lesbiana porque desde acá le exijo al Estado, a la sociedad y a la cultura -qué ambiciosa- un mundo mejor. Soy lesbiana porque no se puede ser feliz en soledad.

Y hoy no estoy sola, está Mariana al lado mío, está mi veciamiga. Están mis madres a una whatsapp de distancia. Todas mis compañeras, tías, amigas, amantes pretéritas y demás. Pero no estamos físicamente juntas en la calle, haciendo lo que sabemos saber: organizarnos, caminar, abrazarnos, exigir justicia. Expresar nuestro hartazgo, nuestro miedo. Exhibir frente a la opinión pública nuestros cuerpos precarizados, vejados, hostigados y hartos.

En otras partes del mundo, las revueltas del movimiento Black Lives Matter en interseccionalidad con otros colectivos están socavando los cimientos de la vieja sociedad. En otros lugares hoy sí marcharán y se abrazarán y gritarán en conjunto. Pero en Buenos Aires no hay marcha y lo siento como un oxímoron. Es incómodo pensar en cómo mostrar el orgullo si podemos hacerlo como sabemos: tenemos que cambiar nuestro repertorio de acción política, la hora pandémica lo necesita. Aunque hoy no estemos en la calle, seguimos existiendo y resistiendo. Y agradezcan, como siempre, que pedimos justicia y no venganza.