Apología del feminismo

Por Charo M. Ramos
@cafeesamor

Suelo escribir columnas sobre las discusiones dentro del feminismo o sobre la historia del movimiento, pero a veces creo que me salteo algo, un paso previo: una apología del feminismo.

Hace dos semanas, una guionista estrella se fue del feminismo (según sus propios términos) porque el movimiento no le había dado nada, porque no lo necesitaba para conseguir o sostener sus privilegios. ¿El feminismo nos debe algo? ¿Por qué algunes insistimos en ser feministas? ¿Qué es ser feminista?
Vamos por partes, la primera gran cuestión es la definición, como siempre. Diana Maffía, en un artículo clásico, logró llegar a una síntesis: “el feminismo es la aceptación de tres principios: uno descriptivo, uno prescriptivo y uno práctico. Un principio que es descriptivo, es un principio que se puede probar estadísticamente y que dice que en todas las sociedades las mujeres están peor que los varones. (…) El segundo principio es prescriptivo, es una afirmación valorativa. (…) La afirmación prescriptiva dice: no es justo que esto sea así. No es justo que sistemáticamente en todas las sociedades y en todos los grupos las mujeres estén peor que los varones. (…) yo pido una tercera aceptación de un enunciado que ya sería práctico (vinculado a la praxis), un enunciado de compromiso, que podríamos expresar diciendo: ‘estoy dispuesto o dispuesta (porque esto lo pueden decir tanto varones como mujeres), a hacer lo que esté a mi alcance para impedir y para evitar que esto sea así’, donde lo que está a mi alcance no es necesariamente una militancia con pancartas.” http://dianamaffia.com.ar/archivos/Contra-las-dicotom%C3%ADas.-Feminismo-y-epistemolog%C3%ADa-cr%C3%ADtica.pdf

Para mí, esta es la forma más acabada, sencilla y amplia de definirnos. Es importante la amplitud ya que, como venimos diciendo en estas columnas, hay tantos feminismos como feministas y las contradicciones entre distintos sectores se agudizan en ciertos momentos, pero es importante comprender que todes formamos parte del mismo universo político.

A mí el feminismo en sí no me dio bienes materiales, me parecería ridículo pedirle a una forma de ver el mundo o a una ética que me otorgue un objeto. Pero como forma de ver el mundo sí me dio mucho.

Mi experiencia de construirme feminista no es la más habitual porque fui criada por mujeres y en un ambiente intelectual y politizado. No me envidien, los más de 10 años de terapia encima los tengo igual y el sufrimiento es el mismo aunque le puedas poner palabras a algunas cosas. Sin embargo, soy una feminidad que habita este mundo y esa experiencia sí es compartida.

Me di cuenta a los 17 años cuando me inicié en la militancia feminista: no era un caso extraordinario que mereciera ni pleitesía ni observación, a todas nos habían pasado cosas dolorosas, extrañas, transformadoras y había una forma de tramitarlas que para mí era novedosa: en conjunto, en comunidad, en círculo, en tribu. Y no en el diván (o también en el diván) de un psicoanalista de Palermo.

Muchas de nuestras vivencias en común -y que al día de hoy siguen funcionando como catalizadoras de las preguntas feministas- tenían que ver con el cuerpo y la sexualidad. Todas estábamos de alguna u otra forma condicionadas en la relación con el cuerpo por nuestras familias, amigas y parejas. A las gordas o a las que creíamos que éramos gordas nos impedía estar desnudas en situaciones sexuales y sentirnos cómodas. A algunas, un pasito más: nos impedía disfrutar de un día de pileta porque estar en malla nos daba una vergüenza casi indecible. A muchas les había provocado desórdenes alimenticios más o menos graves pero igual de dañinos en su psiquis.

A las racializadas (“Persona racializada: no es una categoría que defina a las personas por sus rasgos físicos en relación a su lugar de origen, sino una manera de referirnos a los cuerpos que sufren la violencia racista que puede partir de las instituciones y los estados, así como de la sociedad como tal y la forma de relacionarnos. Va más allá del fenotipo, incluye también el acento, idioma, la religión y las costumbres. Todo ello hará que un cuerpo racializado esté en distinta posición que el de un cuerpo blanco” https://www.pikaramagazine.com/2019/03/comunicado-companeras-racializadas/), su experiencia corpórea, su estar en el mundo, caminar por la calle, intentar conseguir trabajo, estudiar, les parecía hostil, las alejaba de eventos o vivencias que para mí (una chica blanca, judía, de clase media alta y todo lo que dije antes) eran cotidianas.

A las que tenían discapacidades físicas o eran neuroatípicas, a veces toda la existencia les pesaba y estaba contaminada por cierta hostilidad que se manifestaba incluso en simple paternalismo.

A las lesbianas, bisexuales y trans que se animaban en esa época (2005) a salir del clóset, se nos sumaban experiencias dolorosas como la expulsión de los hogares familiares, del sistema educativo y sanitario. A las personas trans, especial pero no exclusivamente, las acechaba la muerte en manos de las fuerzas represivas o de clientes violentos de la prostitución (en sus términos) a la que muchas de ellas se veían forzadas.

Si bien algunas teníamos historias más traumáticas que otras, también había comprensión, disposición a la escucha, al abrazo cuando era pedido, a la generación de vínculos solidarios (hoy decimos sororos) que nos permitieran sortear las violencias cotidianas y estructurales. Y, además, a muchas nos llevaba a organizarnos para intentar cambiar esa realidad sistémica.

Hay una tendencia a creer que las feministas nos volvimos más combativas con la hipermasificación del movimiento en 2015. Déjenme decirles que ya en los ochenta había compañeras quemando corpiños en las grandes avenidas, haciendo pintadas en los monumentos patrios, mostrando las tetas como símbolo de resistencia a la pacatería. Pero ahora nos miran más. Ahora cuando pasa algo así salimos en los medios nacionales y mucha gente, feministas incluidas, se espantan y lo expresan por redes sociales.

Entiendo el espanto, el resquemor, el pudor. Yo soy una chica muy modesta y no me gusta mostrar mi cuerpo ni usarlo para casi nada público, pero yo puedo elegir. También comprendo a mis compañeras (esto es lo hermoso: no las conozco, capaz, pero las siento compañeras, aunque no estemos de acuerdo, aunque discutamos, somos compañeras): a veces no te queda más que exponer tu propio cuerpo para luchar. A veces la única opción para que se escuche un reclamo es pintando las paredes. A veces para cambiar algo, tenemos que provocar estupor. No es una apología del método, es una comprensión de la decisión política de hacerlo.

Ser feminista, quizá, también sea tomar el slogan liberal más conocido y adaptarlo: yo no estoy a favor de esto, pero voy a dar la vida para que vos lo puedas hacer. Como con el aborto, es probable que muches lectores de esta nota no se practicarían un aborto en caso de quedar embarazades sin desearlo. El tema es que dispongan los medios -políticos, se entiende- para que otres sí puedan abortar.

Como dice Maffía en ese mismo artículo que cité al principio, no todas vamos a ser feministas de la misma forma, pero sí compartimos el gran objetivo: terminar con la desigualdad sistémica entre mujeres y varones (hoy diríamos feminidades y masculinidades no normativas y masculinidades hegemónicas).

La guionista que se autoexilió del feminismo hizo un racconto de los privilegios que ya tenía antes del feminismo y que, en todo caso, siente que mermaron durante su “militancia”.

¿Queremos privilegios? ¿Lo que queremos es ocupar los cargos decisivos de las multinacionales que nos llenan de glifosato, que nos arruinan los recursos naturales, que nos pagan sueldos cada vez peores? Si queremos derribar la casa del amo -el sistema patriarcal-, no podemos usar sus herramientas (gracias, Audre Lorde por esta frase y por todo) ni tener sus objetivos. Queremos tirar abajo al patriarcado, no ser las soldadas negras de Barthes (googleen, por favor que esta nota ya es eterna). Queremos tomar el cielo por asalto, queremos derechos y políticas públicas, queremos un Estado presente pero también queremos que nuestra abuela no nos pregunte para cuándo el novio o les hijes. Queremos, para nosotres la alegre rebeldía de sabernos feministas, compañeres y acompañades en una lucha que va a llevar todavía décadas y que vamos a llevar adelante de formas muy distintas aunque nos cueste y aunque la palabra lucha, para algunes, tenga una carga negativa. El feminismo también es con todas, con todes e, incluso, con algunos todos.

El feminismo es una ética, una disposición a, por ejemplo, creerle a la víctima que denuncia un abuso antes que tomar partido por el señalado en un escrache virtual. Es sentirnos interpelades cuando se quejan de compañeras que fueron demasiado efusivas en sus formas. Es elegir llamar a una feminidad antes que a un varón hegemónico con la misma calificación para un puesto de trabajo. Es contener a una amiga que te cuenta que está embarazada y quiere abortar aunque sea ilegal. Es sentir como si nos pasara a nosotras cada violación, cada vejación, cada abuso que vive cada compañere en cada parte del mundo. El feminismo es con y para el 99% que no tiene privilegios de género, de etnia, de clase, de capacidad corporal. El feminismo nos pone de izquierdas, y un poco sí, porque la cuestión es sistémica y la salida es colectiva.