El amor después de la precariedad

Por Charo Marquez
@cafeesamor

Por más intelectuales y deconstruides que seamos, ninguna persona es una isla y el día del amor nos afecta. Morrissey cantaba, en los ochenta, “I am human and I need to be loved, just like everybody else does” (soy un ser humano y necesito ser amado, como todo el mundo) y si bien declaramos el fin del amor, que si duele no es amor, que si duele rajes, que no es amor lo que sangra, también gritamos amor o nada y nos tatuamos corazones cuando estamos borraches, pasamos horas swipeando en redes cogiales en busca de alguien con quien al menos, tranquiles, podamos conversar.

¿Qué es hoy, en Buenos Aires, el amor?

Una de las frases más citadas y hermosas de la Biblia dice que el amor “todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. El amor funcionó desde tiempos casi inmemoriales hasta hace unas décadas como una idea fuerza ordenadora. “No me separo de mi marido porque aunque me pegue, sé que me ama”, “me curé el cáncer gracias al amor”. Si bien, desde el cinismo propio de la actualidad, sabemos que esas dos frases son patrañas, cuando nuestras abuelas eran chicas y en las películas de Disney, esta idea del amor funcionaba de maravillas como una fantasía, como un paraguas que recubría todo. El amor era más fuerte que cualquier adversidad.

Más acá, ya en el siglo XX, Sartre dijo que el amor son dos libertades que se encuentran. Simone de Beauvoir (conocida filósofa, escritora y feminista, que, además, fue pareja de Sartre) le retrucó que una mujer y un varón, entonces, no podían amarse en la Francia de posguerra porque, sencillamente, él tenía más derechos políticos, civiles y económicos, que ella. Ella era una mujer en un sistema desigual, su cuerpo había sido colonizado por el patriarcado, ella era habitada por otres, ella existía para otres. Ella no era libre, como sí lo era él.

Marcela Lagarde en Claves feministas para mis compañeras de la vida (editado por Batalla de Ideas) compila muy bien esta discusión: es casi imposible pensar que en este sistema -cisheterosexista, mononormado, capitalista, extractivista, especista, capacitista y más- mujeres y varones cishet -y cualquier grupo de personas en realidad- puedan tener un vínculo de igualdad.

Hoy, en 2020, además, tenemos el concepto de precariedad y nos sirve para reformular esta idea del amor como dos libertades que se encuentran: podríamos decir que el amor, entonces, son dos precariedades que se encuentran. Siguiendo a Butler, la precariedad se desdobla: por un lado está la precariedad en el sentido más tradicional que refiere a la fragilidad ontológica del ser humano; pero también, con el arraso que dejó y sigue dejando el capitalismo salvaje, hablamos de precarización para referirnos a la resaca que deja esa anomia en los vínculos sociales en general -incluyendo al trabajo, la salud, la familia, la pareja, las amistades, la vivienda y de forma transversal a todas las clases sociales-.

En la novela preciosa Chica de oficina (editada acá por Sigilo), Joe Meno muestra a una joven con trabajos temporarios que consigue en una agencia especializada que va por una ciudad nevada en bicicleta escuchando música y conoce a un chico, en las mismas condiciones económicas, laborales, habitacionales que ella, e intentan armar un mundo de sentidos comunes. Se pasan canciones, se muestran libros, andan en bici, comen, intentan coger de forma más o menos satisfactoria. Pero nada se arma. Perdón por el spoiler, pero alguien se va esfumando, como se esfuman los trabajos que duran quince días, como se esfuma el departamento compartido de la protagonista, como se va esfumando la nieve en un planeta que se derrite año a año. No podríamos decir que todo lo sólido se desvanece en el aire, porque no hay nada sólido. Todo está un poco roto, todo es poroso, todo es ya siempre precario.

¿Cómo amar en este contexto? El amor y la felicidad aparecen como imperativos que tienen que sobreponerse a todo: a la deuda externa, a las ideologías dominantes, a la discriminación por nuestras corporalidades y expresiones de género. Se supone que el amor debe ser más fuerte. Y en los noventa, cuando se escribió Tango Feroz, capaz que sí, que el amor era más fuerte que los contratos de alquiler de un año, que el un peso un dólar, que las privatizaciones de las empresas públicas, el desempleo de dos cifras, y las muertes como moscas de los homosexuales en manos del VIH/SIDA.
Pero hoy, siglo veintiuno, con un acervo de decepciones y un mercado libre de cuerpos sin narrativa al alcance del teléfono, ¿cómo nos encontramos? Incluso en la precaridad, ¿es posible el encuentro?

bell hooks rescata una definición del amor (en All about love) que es preciosa y es más o menos así: “el amor es la voluntad de expandir el propio yo con el propósito de nutrir el crecimiento espiritual de le otre. El amor es en tanto que hace. El amor es un acto de voluntad”.
Yo creo que en este mundo peligroso tenemos que estar juntes. Creo que actualizar el amor (iba a decir hacer el amor pero se iba a malinterpretar) con otre/s es de las acciones más bellas y llenadoras del espíritu que hay. Pero, ¿cómo llegamos a este encuentro con le otre en esta precariedad precarizada, siendo sujetos de derechos condicionados en última instancia por la estructura -genérica, legal, laboral, habitacional, sanitaria-? ¿Cómo sostenemos más allá de una primera noche, un diálogo con otre/s que pueda superar el comentario de una foto de instagram?

Como verán y quienes vienen siguiendo estas columnas ya saben, no suelo dar respuestas sino que me dedico a plantear más y más preguntas a partir de más lecturas y conversaciones infinitas con mis amigas y con mi amor. Es desafiante, para mí, San Valentín: queremos amar, tenemos la voluntad de amar, solo que me parece que ya no sabemos qué es, qué implica ese verbo ni cómo traducirlo en acciones. Capaz que amar es acordarte de que las suculentas de tu novia se riegan una vez por semana para no ahogarlas pero no dejar de regarlas para que no se sequen.