El eterno retorno de la chicana

Por Charo Márquez
@cafeesamor

Twitter es un antro del mal, ya lo sabemos. No se hace política ahí. Pero sí se dan discusiones, y en Instagram también. Y sí, estoy hablando de la última polémica feminista en redes sociales: la promoción del nuevo video de Jimena Barón (ahora J-Mena) con la estética de un papelito de ofrecimiento de servicios sexuales, y todas las repercusiones que movilizó.

Vamos a los hechos: una cantante publicita su nuevo trabajo apelando al trabajo sexual/la prostitución, en una de sus versiones más cliché y más objetualizantes, los volantes con el teléfono, una figura feminizada y alguna palabra clave como “masajes”. A partir de entonces, distintas referentes feministas subieron contenido a sus cuentas de redes diciendo que a lo que a Jimena Barón la empodera, a otras mujeres las oprime. Georgina Orellano, referente de AMMAR, salió a responder nada más y nada menos que con una foto con la cantante y una reflexión política: lo que empodera no es el trabajo sexual, sino la organización sindical. Y para qué, las aguas de las redes se partieron al medio como cuando Moisés abrió en dos el Mar Rojo, solo que en vez de llevarnos a la Tierra Prometida, la discusión entre feministas nos lleva a la nada misma.

¿Qué pasa que cíclicamente el tema vuelve y parece empezar siempre de cero? ¿qué pasa que para abordar este tema los discursos se vuelven sobre las personas y no sobre las ideas? Rodolfo Walsh, en otro contexto y hace más de cuarenta años, dijo que era un riesgo enorme para el movimiento obrero que la historia se pierda y se empiece siempre como si fuera una tabula rasa, sin experiencia acumulada. Acá pasa lo mismo: cada seis meses alguien dice algo sobre la prostitución o el trabajo sexual y volvemos como activistas amnésicas a gritarnos lo mismo y cada vez hacemos más ruido y cada vez nos decimos cosas peores. Esto también es una simplificación: en una lectura colectiva de esta nota vimos que esto se puede deber a la masificación del movimiento, una especie de “el público se renueva” pero del debate político. Lo que sí pasa es que no consultamos las memorias movimientistas antes de chicanearnos por redes y caemos en lo más parecido a una repetición de los argumentos.

Yo no soy una carmelita descalza y no creo que las feministas debamos ser serias ni solemnes; celebro, como de Beauvoir, que podamos ejercer el derecho a la maldad y nos digamos de todo. Pero cuánto suma al debate en sí que nos digamos que unas son unas chetas y que las otras son unas delirantes. Si el problema, tal como insistimos en la discusión sobre el aborto, no es la acción individual (mientras digo esto, todos los varones padres de la sociología se revuelcan en sus tumbas europeas), sino el acceso de la población a un derecho, ¿por qué nos atacamos con las prácticas personales? ¿O será que usamos de excusa la discusión sobre el trabajo sexual/la prostitución para echarnos tierra entre nosotras?

Paulina Cocina, muy atinadamente, tuiteó que las críticas entre feministas deberían ser hacia adentro. Y yo, en líneas generales coincido, el tema es que el feminismo no tiene una frontera delimitada entre adentro y afuera. No hay una orgánica que marque el límite entre nosotras y las otras. Es tan amplio, nuestro movimiento, que podés estar en contra del aborto y decirte feminista; que podés considerar que las feminidades trans no son mujeres y decirte feminista igual; podés estar en contra del Estado o ser Ministra y ser feminista igual. Es tan, tan amplio que podríamos decir que está casi vacío de sentido y que, como el peronismo, cada une puede tomar lo que le gusta de ese amplísimo marco de referencias y listo, es feminista, como en los años cincuenta éramos todes peronistas. Ya ni el Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans contiene a todo el movimiento de forma tal que podamos tener ni esta ni casi ninguna discusión de forma ordenada, porque no hay orgánica. El feminismo estalló y florecieron mil feminismos, con sus cosas maravillosas y sus bemoles.

En estos años de hipermasificación del feminismo, este debate -prostitución/trabajo sexual- ha sido de los más espectaluraizados, de los más seguidos, de los más rimbombantes, pero no han cambiado mucho los términos que se usan para defender las posiciones. Pocas veces se logra plantear un matiz o una nueva arista. Entre otras cosas, me parece, porque no hay foros organizados a tal fin. Hay asambleas que se hacen específicamente para organizar las movilizaciones del calendario común, en donde se dan algunas discusiones, pero lo cierto es que no son los espacios para profundizar realmente, para llegar al hueso de los asuntos.

Yo no pretendo -y creo que sería ingenuo hacerlo- que haya una posición unificada sobre el tema: hay cuestiones éticas y filosóficas de fondo sobre las que es muy difícil cambiar de posición y en torno a las cuales se monta la mayoría de estas discusiones.

Son pocas las veces que logramos trascender la barrera del nombre y nos ponemos a pensar en el rol de les consumidores de la industria sexual y el derecho a pagar; o en la matriz de deseo que construye el heterocispatriarcado capitalista, especista, extractivista y capacitista. De hecho, no recuerdo haber visto esta discusión emparentada con la del consentimiento que se está teniendo a raíz de la publicación del libro de Vanessa Sprignora en Francia. O de la pauperización de las condiciones materiales de existencia que dejaron estos cuatro años de neoliberalismo sobre toda la población pero específicamente sobre los cuerpos feminizados. O sobre los movimientos migratorios a los que se ven forzades miles y miles de personas cada año en un planeta que se está prendiendo fuego literalmente.

La cosa no es tomar una postura unívoca e inmodificable sobre si es trabajo sexual o es prostitución: esto es solo la punta más chiquita de un iceberg enorme. Es un sistema entero el que tenemos que cuestionarnos y se nos pasa el tren tirándonos tierra entre nosotres. Mientras, además, aumentan las visualizaciones de ciertos perfiles en Instagram, y seguramente el video de Jimena Barón nos tenga a todes nosotres como primeres espectadores, cuando seguro que antes de este debate, nos hubiera pasado por al lado sin mosquearnos.