Ni una menos, el fulgor

Por Charo Márquez
@cafeesamor

En febrero intentamos hacer un mapa del feminismo local, con algunas dificultades, logramos rastrear distintas tendencias y posicionamientos, de forma general y siempre precaria y por ende perfectible. En esta misma línea, hoy vamos a hacer un repaso por la historia de Ni una menos.

Haciendo la producción de esta nota, me di cuenta de que encasillar NUM en una sola cosa, en un objeto de análisis era imposible. NUM es un hashtag, es un acontecimiento histórico, es un movimiento, es un sentir popular, es un pañuelo, es una consigna, es una organización, son varias organizaciones. NUM somos todes, NUM es todo y no es nada. Así que dejé de intentar hacerlo caber en el cuadro de doble entrada que me enseñaron en Metodología 2 y decidí darle rienda suelta a la imaginación sociológica.

Ni Una Menos, entonces, nació como una necesidad. Un tuit desesperado de Marcelita Ojeda del 11 de mayo de 2015. Ese año, según el relevamiento de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, hubo 235 asesinatos de mujeres (lesbianas, travestis y trans) en manos de varones -un 58% de los asesinos eran o habían sido parejas de la víctima, el 12% eran familiares, el 17%, conocidos, y del 13% restante o no hay datos o eran desconocidos-. Frente a esta realidad abrumadora, un grupo de periodistas, activistas, escritoras, se puso al hombro la tarea de organizar la rabia.

Lo primero que se hizo fue una maratón de lectura en la plaza de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Durante horas, se leyeron textos, muchos producidos para la ocasión. Pero no era suficiente. Había que dar un paso más, había que salir a la calle y gritar Ni una menos, vivas nos queremos, en multitud.

El 3 de junio de 2015, cientos de miles de personas inundaron el centro porteño y las plazas de todo el país. Una de las movilizaciones más grandes de las que yo tenga recuerdos. La idea era ir del Congreso a Plaza de Mayo, pero la cantidad de gente era tal que no había forma de moverse.

De esta convocatoria participaron desde organizaciones barriales hasta Tinelli sacándose una foto con el cartel de #NiUnaMenos. Liniers hizo una ilustración que aún hoy estampa remeras y pañuelos. Personal de las Fuerzas de Seguridad y Armadas se movilizó también a Congreso, llevando sus uniformes. Desde el gobierno nacional se firmaron acuerdos de políticas públicas tendientes a prevenir, sancionar y erradicar con mayor firmeza la violencia contra las mujeres (lesbianas, travestis y trans).

Desde ese día, el feminismo argentino cambió. Puede haber -y les hay- detractores, análisis más complejos y profundos que ponen en cuestión la masificación y sus efectos, pero lo cierto es que desde hace cuatro años, no somos las mismas.

En principio, somos más. Cuando empecé a militar en el lesbofeminismo, en 2005, una referente me dijo que el feminismo no era ni pretendía ser un movimiento de masas. La historia demostró que estaba equivocada. Que el feminismo no solo puede ser popular sino que puede ser un actor social clave en la agenda de la real politik. A favor o en contra, pero ya no puede haber candidates a ningún cargo electivo que no se pronuncien públicamente sobre la legalización del aborto.

Con el acervo de generaciones, de un siglo de movimiento feminista en nuestro país, con la fluidez del capitalismo de la información, con la velocidad de la virtualidad, con las estéticas múltiples de lo que estalló para hacerse añicos y reconvertirse, florecieron mil ni una menos.

El 3 de junio de 2015 marcó un antes y un después. Acercó a niñas y adolescentes que, probablemente, no se habrían interesado jamás por cuestiones políticas. Movilizó a mi abuela, que tenía 75 años y su claustrofobia le impide participar de la mayoría de las marchas. Hizo que todes, durante semanas, no hablemos de otra cosa. Instaló el tema en la agenda, en las mesas, en las coordinaciones políticas, en las camas.

También hizo proliferar una industria comercial inaudita, digamos todo. Ahora hasta en Todo Moda podés comprar accesorios que dicen Girl Power o Feminist. Miles de pibas se tatuaron sororidad, hogueras, brujas, mujeres y símbolos feministas. Los productos culturales se adaptaron y el test de Bechdel y Wallace se le hace a cada película y serie que sale al aire.

En 2018, esa misma marea violeta/fuscia se tiñó de verde impulsando el debate parlamentario por la legalización del aborto.

Una de las maravillas de la masividad es la transversalidad, por lo menos en este caso. No todos los procesos por numerosos hacen confluir necesariamente a gente de distintas tradiciones y convicciones. Quizá esa haya sido la semilla del trabajo interbloques en el parlamento -sobre L@s Soror@s ya hablamos mucho en JI-, cuyo carácter sorpresivo e importancia no llegamos a dimensionar. Si el año pasado estuvimos cerca de que el aborto fuera un derecho en nuestro país fue porque legisladores del FIT, del FPV, del PJ, del Pro, de la UCR, del PS trabajaron en conjunto. De otra forma, no habría pasado ni de una reunión de comisión de salud, como había sido desde que se presentó el proyecto por primera vez, hace catorce años.

Pese a la capacidad que ha demostrado el nuevo feminismo para el trabajo con distintos sectores, también tiene el mérito de haberle hecho el primer paro nacional al gobierno de Cambiemos. No es un análisis novedoso, pero la conflictividad social y acción gremial han bajado desde el cambio de gestión en 2015. Y pese que a durante los primeros meses, trabajadoras y trabajadores de todo el país pedían que las centrales obreras se pronuncien de forma activa y acertiva en contra de las políticas llevadas adelante por la alianza de gobierno, hasta que el movimiento feminista organizado en asamblea no decidió hacer un paro, el sindicalismo miraba para otro lado.

Esa voluntad huelguista se exportó a otras asambleas en otras latitudes y desde 2016, se realizan paros feministas los 8 de marzo en España, Italia, Brasil, Chile, Uruguay. No todas pueden ostentar el privilegio de retener tareas o de, incluso, faltar a sus trabajos. Pero el mensaje es contundente: si nuestra vida no vale, que produzcan sin nosotras.

Otra novedad que trajo Ni una menos como fenómeno político fue la instauración de la asamblea abierta y masiva para la toma de decisiones. Una práctica heredada del trágico verano 2001-2002, cuando cada barrio de la Ciudad tenía su asamblea.

En el plano internacional, desde la crisis de 2008 y los experimentos como Occupy Wall Street, la Primavera Árabe y otros, la representación política fue vuelta a poner en cuestión y surgió la necesidad de decidir de forma colectiva. Tal fue el impacto de esta (no tan) nueva modalidad, que Judith Butler escribió un libro sobre el tema. Es necesario repensar el formato, la metodología, los alcances, pero sin dudas, es una forma que a este feminismo post 2015 le viene sirviendo.

La asamblea es un escenario, podríamos decir, en el que distintxs actorxs ponen en discusión agendas y visiones del mundo, usando una metodología que es conocida por todxs pero solo aquellxs que logran manejarla a la perfección pueden hacer que funcione a su favor. Como comentamos en la nota del verano, el trotskismo insiste con que las decisiones se tomen mediante el voto y no el consenso. Este mecanismo es el que se usa en las asambleas del movimiento estudiantil. Pero en el feminismo local, no. Más de treinta ediciones del Encuentro (Pluri)Nacional de Mujeres (, Lesbianas, Travestis y Trans) amparan la decisión ¿mayoritaria? De que sea el acuerdo de las partes el criterio para dar por aprobada o descartada una moción.

Por otro lado, la asamblea es donde se saldan o pretenden saldarse cuestiones políticas que enfrentan a sectores del movimiento. En 2017 y 2018, la gran discusión había sido entre defensoras del trabajo sexual y militantes contra la prostitución. Este año, el debate que se llevó el foco fue entre exponentes del feminismo radical transexcluyente y el colectivo de lesbianas, travestis, trans, no binaries y disidencias sexo/identitarias. El proceso de cuatro asambleas fue muy desgastante e incluyó escenas de pugilato, discusiones varias entre el público y la mesa coordinadora y la triste escena del sonido el día de la movilización.

La sororidad es parte fundamental del feminismo como praxis. También se pone en acto mediante la cobertura colectiva de las asambleas y movilizaciones que realizan activistas y medios feministas para hacer llegar el contenido a todes les que no pueden desplazarse y participar activamente.

Ni una menos no es solo un movimiento, no es solo una organización ni es solo un grito colectivo. Es un acontecimiento histórico que nos puso como protagonistas de un escenario inaudito a mujeres, lesbianas, travestis y trans, con la responsabilidad de torcer el rumbo de la historia, y la certeza de que nos íbamos a equivocar, de que nos equivocamos y lo vamos a seguir haciendo, así como la convicción de que tenemos derecho a la masividad, a la manifestación del deseo y de la rabia, a organizarnos y embanderarnos y a estallar por los aires cuando los acuerdos ya no nos aglutinan y las diferencias se hacen insostenibles, pero con la virtud de sacar belleza del caos.

En un contexto de crisis económica e incertidumbre política, llegamos a un nuevo aniversario del 3 de Junio. Para organizar la manifestación, se convocó a una nueva a asamblea: se va a realizar el 22 de mayo a las 18 horas en la Facultad de Ciencias Sociales (Santiago del Estero 1021).