¿Oligarquía o Pueblo? Desenredando la Superestructura Cultural, para Formar una Conciencia Nacional

Por CEPSA (Centro de Estudios Políticos y Sociales de Avellaneda)

Los imperialismos a lo largo de la historia han querido perpetuar su dominación no solo a través del manejo de los sistemas económicos y políticos, sino que ha incluido dentro de sus intereses el dominio de la Superestructura Cultural. Ante este hecho histórico del imperialismo en conjunción con las oligarquías locales y los gobiernos de turno, es imperiosamente necesario rescatar los escritos de Juan José Hernández Arregui y don Arturo Jauretche como fuentes fundamentales de nuestra defensa de porque una Cultura Nacional al servicio de los intereses de la Nación y las grandes mayorías populares.

Desde mitad del siglo XIX, incluso antes, principalmente se ha desarrollado una fuerte rivalidad entre quienes pretenden establecer una conciencia nacional como elemento determinante de una cultura propia, y quienes desean importar dogmáticamente elementos foráneos para la construcción de la identidad. Para plantear la dicotomía citamos a José Maria Rosa, “Oligarquía y Pueblo entran en la lucha Argentina al iniciarse la Revolución de Mayo. Son dos ideas de patria opuestas y que naturalmente se excluyen: la patria reducida a una clase social, y la patria como la comunidad entera; dos sistemas económicos que no pueden coexistir: la economía liberal que beneficia a los comerciantes y a quienes se encuentran vinculados con el extranjero, y la economía nacional que debe proteger su producción contra la competencia foránea; dos concepciones políticas irreconciliables: el liberalismo que otorga dominio del Estado a la clase social privilegiada, y los caudillos, que en esa etapa son la única forma posible para el pueblo de conducirse y gobernarse”[1]. Podemos poner una momento histórico determinado, para iniciar este enfrentamiento ideológico, es la publicación del Facundo de Domingo Faustino Sarmiento. En ese momento nace la que Jauretche denomino la zoncera madre de nuestra historia, establecer la relación Civilización y Barbarie, entiendo a lo primero como todo lo proveniente de Europa, y a lo segundo, como lo nacional, lo propio. “La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quien abona el terreno donde crece el árbol. Se intento crear Europa en América transplantando el árbol y destruyendo lo indígena que podía ser obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa y no según América”[2], civilizar era importar, desnacionalizar. Todo lo nacional, lo propio era inservible, por el solo hecho de su origen, sin tener en cuenta su contenido. En esta frase, en ese libro del Gran Maestro, el mismo que propuso “formar en el Chaco una colonia norteamericana puede ser el origen de un territorio y, un día, de un Estado yanqui…pues yo cuidare que conserve su lengua”[3] (que grandes condiciones como escritor y político, lastima que no estuvieran al servicio de la Argentina, como decía José Maria Rosa), podemos encontrar el momento en que con mayor fuerza se inicia la profunda desargentinización de la Argentina. No existe un momento determinado en cuanto fecha exacta, pero si decimos que a partir del Facundo, nace una etapa que todavía hoy mantiene en vilo a la Liberación definitiva de la Argentina. Hernández Arregui dentro de esta lógica dual planteaba hacia 1972, “En un país colonial hay dos patrones culturales: 1) la cultura de la oligarquía de la tierra, transmitida en particular a la clase media y cuyos valores, difundidos a través de la escuela, diarios, revistas, televisión, etc., son las máscaras de la dependencia económica. Estos valores colonialistas aberrantes tienden a crear una imagen falsificada de la Argentina. Así, el colonizado deviene extranjero en sus maneras de sentir y pensar y aunque vive en el país, permanece extraño a su realidad profunda… 2) Frente a esta cultura colonial, late en el pueblo oscuro la cultura nacional. Toda cultura nacional es colectiva… Y si esta conciencia histórica es interpretada y alumbrada por una minoría de escritores nacionales es porque no todos los intelectuales son lacayos. Lucha cultural es, pues, rescate y revitalización de las tradiciones colectivas, costumbres, creencias, folklore –un pueblo sin folklore no es tal sino un conglomerado sin historia- que viene del pasado y se anudan al presente como herencia y al provenir como revolución nacional”[4].

Mencionábamos con anterioridad que la existencia de la dominación imperialista (en complot con las oligarquías nativas) no solo se daba en lo político y en lo económico, sino que se profundizaba en la superestructura cultural, “a la estructura material de un país dependiente corresponde una superestructura cultural destinada a impedir el conocimiento de esa dependencia, para que el pensamiento de los nativos ignore la naturaleza de su drama y no pueda arbitrar propias soluciones, imposibles mientras no conozca los elementos sobre los que debe operar, y los procedimientos que corresponden, conforme a sus propias circunstancias de tiempo y lugar”[5]. Esa dominación foránea, esa penetración extranjera y “civilizatoria” dentro de la superestructura cultural argentina se logra a partir de la colonización pedagógica que con creces promueven los sectores de la intelligentzia (los auto-considerados cultos, los civilizados, los europeizados, los ejecutores del despotismo ilustrado, los que dando por resuelto que la cultura era exclusivamente lo importado se convirtieron en uno de los mas eficaces instrumentos para extirpar de raíz los elementos locales de cultura preexistentes). La intelligentzia, que son aquellos que identifican la cultura con los “valores universales” consagrados por los centros del poder, con exclusión de toda otra cultura, fue la que facilito el proceso de la estructuración de los nuevos países como países dependientes, derogando todos los valores autóctonos que podían servir para el proceso de filtro y asimilación; y que mucho menos admitió la posibilidad de una creación original, nacida de esa convivencia y de una recíproca penetración. La expresión más clara de esta intelligentzia fue la Línea Mayo-Caseros (la impuesta masividad de estos intelectuales pro Europa, se da luego de la Batalla de Caseros), en cuyo espíritu Mayo no se hizo para constituir una Nación como fin en sí; sino que esta se realizaba como medio para llegar a lo que Caseros logró, que fue la creación de un sistema institucional, la “historiografía oficial, desde Mitre en adelante, no ha sido mas que la idealización de la oligarquía por si partiquinos universitarios, y en lo esencial, herramientas de la voluntad dominadora extranjera empeñada en quebrar todo espíritu nacional, mediante el ocultamiento de la verdad histórica…El entreguismo de la oligarquía no fue un simple error. Fue el coronamiento político y cultural de sus intereses de clase asociados, por encima del país, a su subordinación al mercado internacional. La obra maestra de la oligarquía, a fin de justificar su política, ha sido su historia oficial”[6]. A partir de esta creación es explicable que “la enseñanza primaria no ha estado dirigida a la formación de hombres sino a la formación de ciudadanos. No se ha querido formar hombres para la Patria, sino ciudadanos para las instituciones, que son el fin de aquellas, pues la Argentina no es una continuidad en devenir histórico, sino el inmóvil punto de apoyo de las instituciones inmovilizado en el ideario que las creó”[7].

No podemos omitir, valga la redundancia, la inteligencia de la intelligentzia, cuya trampa consistió (y sigue consistiendo) en robarle al pensamiento nacional la terminología y el estilo y es así como se disfrazo en base a un neoliberalismo que incluyó (e incluye) expresiones como desarrollo y expansión, entre otras, intentando canalizar por vías extraviadas el movimiento intelectual del país hacía su propia vía muerta, “…aquí en América Hispánica el liberalismo penetró mas que como una ideología progresista como reflejo residual de la Europa colonizadora, un medio de opresión y dominio envasado tras el rotulo de libertad, democracia, progreso, derechos humanos, etc.”[8]. Permítanme tomar el caso particular de un término conceptual que los sectores oligárquicos ya no solo de Argentina, sino también de Latinoamérica, han tomado prestado a los sectores populares, a la tradición de las naciones, e incluso a momentos claves de nuestra historia para convertirlo en sostén teórico de la propia construcción de una cultura que inventó su historia oficial, sus héroes individuales (y acá sería interesantísimo poder tratar a modo de contraposición, como planteaba Oesterheld, el héroe colectivo “un grupo humano. Refleja así mi sentir intimo: el único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo”), etc. Un concepto que ha generado innumerables debates es el de populismo, rapidamente tomaremos algunas ideas generales que plantea Laclau, para poder ver la diferencia con el populismo que se aprehende en las escuelas, en las universidades, o que se a instalado en el sentido común a partir de la intervención de estos sectores de la intelligentzia en los medios de comunicación masivos, del populismo como una construcción política despectiva, de subestimación de las masas populares supuestamente alienadas a la autoridad de un líder; dice Ernesto Laclau “El populismo, para mí, no es peyorativo: es la construcción del pueblo como sujeto histórico…lejos de ser un término peyorativo que remite a un régimen con determinados contenidos (como lo definía, por ejemplo, Gino Germani: un modo de dominación autoritario bajo un liderazgo carismático asociado a las clases populares), es una relación, una forma de articular contenidos variables. Y lejos de ser un obstáculo, garantiza la política, evitando que ésta se convierta en mera administración…un modo de construir lo político mediante la articulación de demandas dispersas. Mediante su identificación con el líder, las masas buscan lanzarse a la arena histórica, evitando dejar al sistema político en manos de élites que reemplazan la voluntad popular…el populismo es, simplemente, un modo de construir lo político”[9].

Más allá de que estos sectores ilustrados hicieron uso de una inteligencia revestida de trampa, dejamos en letra de Hernández Arregui el error principal de estos sectores al servicio de los imperialismos dominantes, “el error de las capas intelectuales ajenadas a Europa es pensar la realidad colonial a través de sistemas de pensamiento germinados en otros ámbitos históricos, en naciones avanzadas que han cumplido su ciclo industrial y cuyas filosofías nacionales son inaplicables, o sólo por débil analogía, a una situación histórica divergente. Adecuar sin crítica métodos y filosofías europeos a la situación colonial, es carencia de sentido histórico, incluso con relación a las filosofías que sirven de modelo y que debe juzgarse como productos mentales sin encaje por su origen y desenvolvimiento en naciones dadas, con el origen y desenvolvimiento de las ideas nacionales en desarrollo de estos países que lidian por desterrar el coloniaje. Sólo una filosofía independiente de Europa puede interrogar y traducir la realidad nacional en gestación, pues siendo el sitio de estos países, en muchos casos distintos y antagónico, por su misma relación artificial con el pensamiento europeo, llega el momento histórico, previsible, inevitable y deseable, en que la filosofía que interpele a Europa debe ser americana, del mismo modo que no debe mirarse a la América Ibérica con ideas suministradas por Europa o Estados Unidos, sino con ojos iberoamericanos…La conciencia de la necesidad de una filosofía autóctona, no antieuropea pero si americana, profetiza la aparición de pensadores fidedignos”[10].

En definitiva la intelligentzia, esta legión de educadores del coloniaje, es el fruto de una colonización pedagógica y esto es muy distinto a la espontánea incorporación de valores universales a una cultura nacional, y recíprocamente, como pretenden los asépticos en el tema, que prescinden del análisis de las condiciones objetivas. Como alguna vez menciono Don Arturo Jauretche, esto de la colonización pedagógica, esta centrado en sus verdaderos términos en el libro de Jorge Abelardo Ramos, Crisis y resurrección de la literatura argentina (Ed. Indoamérica, 1954) donde dice: “En las naciones coloniales, despojadas del poder político director y sometidas a las fuerzas de ocupación extranjeras los problemas de la penetración cultural pueden revestir menos importancia para el imperialismo, puesto que sus privilegios económicos están asegurados por la persuasión de su artillería. La formación de una conciencia nacional en ese tipo de países no encuentra obstáculos, sino que, por el contrario, es estimulada por la simple presencia de la potencia extranjera en el suelo natal…En la medida que la colonización pedagógica –según la feliz expresión de Spranger, un imperialista alemán- no se ha realizado, sólo predomina en la colonia el interés económico fundado en la garantía de las armas. Pero en las semi-colonias, que gozan de un status político independiente decorado por la ficción jurídica, aquella colonización pedagógica se revela esencial, pues no dispone de otra fuerza para asegurar la perpetuación del dominio imperialista, y ya es sabido que las ideas, en cierto grado de su evolución, se truecan en fuerza material. De este hecho nace la tremenda importancia de un estudio circunstanciado de la cultura argentina o pseudos-argentina, forjada por un signo de dictadura espiritual oligárquica…La cuestión esta planteada en los hechos mismos, en la europeización y alienación escandalosa de nuestra literatura, de nuestro pensamiento filosófico, de la crítica histórica, del cuento y del ensayo. Trasciende a todos los dominios del pensamiento y de la creación estética y su expresión es tan general que rechaza la idea de una tendencia efímera”. El recorrido de nuestra historia esta lleno de hechos que han sido cubiertos deliberadamente por la colonización pedagógica, que como las arenas del desierto se empeñan en impedir que encontremos el verdadero camino.

Una verdadera Cultura Nacional, como elemento básico de un proceso de Liberación Nacional, se configura a partir del desarrollo de una Conciencia Nacional, de una definición precisa del concepto de Patria, y todas estas definiciones se mancomunan en la concepción de Ser Nacional. El Ser Nacional no es una categoría reseca del espíritu, es un hecho político vivo empernado por múltiples factores naturales, históricos y psíquicos, a la conciencia histórica de un pueblo, “no es un ente metafísico sino la lucha anticolonialista de las masas”[11]. El Ser Nacional se convierte en “una comunidad establecida en un ámbito geográfico y económico, jurídicamente organizada en Nación, unida por una misma lengua, un pasado común, instituciones históricas, creencias y tradiciones también comunes conservadas en la memoria del pueblo, y amuralladas, tales representaciones colectivas, en sus clases no ligadas al imperialismo, en una actitud de defensa ante embates internos y externos, que en tanto disposición revolucionaria de las masas oprimidas se manifiesta como conciencia antiimperialista, como voluntad nacional de destino”[12]. Fomentar la Conciencia Nacional, implica indefectiblemente la exigencia de una revisión de la historia, cuestionar la historia oficial, la historia que nos impusieron los Mitre, los Sarmientos, la generación del ´30 (como dice Hernández Arregui, “instrumento del imperialismo que se valió de ella para reforzar la conciencia falsa de lo propio y desarmar las fuerzas espirituales defensivas que luchan por la liberación nacional en los países dependientes colocados en el cruce de la crisis horizontal y vertical del capitalismo como sistema mundial”), los ideólogos de la contrarrevolución del ´55, las sucesivas dictadura, los años del capitalismo salvaje bajo la máscara del neoliberalismo, etc. La formación de una Conciencia Nacional implica un esfuerzo y un compromiso, como decía Hernández Arregui: “La oligarquía enseño a muchas generaciones de argentinos a pensar con muletas. La Conciencia Nacional no es un don gratuito. Es el fruto amargo de la nacionalidad oprimida…Ya no tenemos padres. No queremos que nos enseñen nada, porque esa enseñanza fue siempre, en todos los casos una enseñanza contra nosotros mismos. Es la bárbara y mediatizada enseñanza de las metrópolis colonizadoras…Argentinos que miran a Europa o admiran el torrebabelismo norteamericano, son desertores del pensamiento nacional. Nada hay que esperar de los colonizadores. A los colonizadores –nacionales y mandarines nativos- hay que extirparlos del país. Nosotros proclamamos, por eso, que ‘la muerte del colonialismo es a la vez la muerte del colonizado y la muerte del colonizador’, como dice Fanon. Y esta muerte es la única vía de ascenso a la vida nacional libre”[13].

Plantear la necesidad de una Cultura Nacional, dentro de un proceso de Liberación, no es más que como decía Jauretche (haciendo referencia a una conferencia de FORJA en los años ´30): Dije, entonces, recogiendo las contestaciones del público, que para pensar como argentinos necesitábamos ubicarnos en el centro del mundo y ver el planisferio desarrollado alrededor de ese centro; que nunca seriamos nosotros mismos si continuábamos colocándonos en el borde del mapa, como un lejano suburbio del verdadero mundo. Era usar respuestas argentinas para resolver los problemas argentinos.

 

[1] Rosa, José María; El revisionismo responde. Pág. 7.

[2] Jauretche, Arturo; Manual de zonceras argentinas; Ed. Corregidor, Argentina, 1999. Pág. 23.

[3] Rosa, José María; El revisionismo responde. Pág. 90.

[4] Galasso, Norberto; J.J. Hernández Arregui: del peronismo al socialismo; Ed. del Pensamiento Nacional, Argentina, 1986. Pág. 193.

[5] Jauretche, Arturo; Los profetas del odio y la yapa; Peña Lillo Editor, Argentina, 1992. Pág. 46.

[6] Hernández Arregui, Juan Jose; La formación de la conciencia nacional (1930-1960); Introducción.

[7] Jauretche, Arturo; Los profetas del odio y la yapa; Peña Lillo Editor, Argentina, 1992. Pág. 177.

[8] Hernández Arregui, Juan Jose; La formación de la conciencia nacional (1930-1960); Introducción.

[9] Laclau, Ernesto. La razón populista. Ediciones FCE, Argentina, 2005.

[10] Hernández Arregui, Juan José; ¿Qué es el ser nacional?; Ed. Plus Ultra, Argentina, 1973. Pág. 301.

[11] Galasso, Norberto; J.J. Hernández Arregui: del peronismo al socialismo; Ed. del Pensamiento Nacional, Argentina, 1986. Pág. 131.

[12] Hernández Arregui, Juan José; ¿Qué es el ser nacional?; Ed. Plus Ultra, Argentina, 1973. Pág. 22.

[13] Galasso, Norberto; J.J. Hernández Arregui: del peronismo al socialismo; Ed. del Pensamiento Nacional, Argentina, 1986. Pág. 148.