¿Por Qué me Fui del Kirchnerismo?

Por Ricardo Cendoya
ricardocendoya@yahoo.com.ar

En el 2003, la Argentina, que salía de una de las más graves crisis de su historia, requería recuperar la autoridad presidencial y continuar  ordenando un país que había quedado al borde de la disolución. En ese entonces el presidente Néstor Kirchner cumplió un rol trascendental y fue acompañado por una amplia mayoría del pueblo.
Favorecido por un contexto internacional en el que los commodities alcanzaban precios históricos, nuestro país crecía a un ritmo inusitado y todos los sectores de la economía funcionaban como hacía años que no ocurría.
Tras la expulsión del gobierno del ministro de Economía, Roberto Lavagna, lentamente fueron apareciendo síntomas preocupantes como la incipiente inflación cuya magnitud era sistemáticamente distorsionada por el INDEC. La inflación no solo tiene efectos devastadores sobre el poder adquisitivo de los salarios. La inflación –fundamentalmente- aumenta con cada punto la pobreza y la indigencia.
Según estudios privados serios y confiables actualmente hay más de 13 millones de pobres e indigentes en la Argentina, con cifras escandalosas en el norte del país, cuyo y el conurbano bonaerense.
En el último año del mandato de Néstor Kirchner no éramos pocos los peronistas que notábamos cierto cansancio de la sociedad con el estilo de confrontación permanente del ahora ex presidente.
También advertíamos un divorcio entre el discurso presidencial y las acciones concretas del gobierno: nos hartamos de escuchar a Kirchner hablar de las “verdades relativas” y en paralelo no alentar ni construir ninguna posibilidad de consensuar con los distintos sectores de la sociedad, salvo con los amigos del poder y con aquellos que no cuestionaban nada.
En ese entonces creíamos que el recambio a través de la opción de Cristina oxigenaría el gobierno y le daría un perfil de gestión que se necesitaba con urgencia. También creíamos que muchos funcionarios cuestionados y desgastados iban a ser reemplazados. Nada de eso ocurrió.
No había concluído el verano cuando estallaba la crisis con el sector agropecuario. En el desarrollo de ese conflicto salieron a la superficie los defectos que muchos ya veníamos advirtiendo: la negación del diálogo, el intento de dividir a la sociedad, la soberbia y la carencia absoluta de flexibilidad, todas actitudes impropias de un buen gobernante.
En ese contexto ni siquiera veían –o les importaba poco- que el conjunto de la sociedad se había sumido en la angustia y la incertidumbre.
Como periodista y activo militante peronista sabía que no todos los que estaban en las rutas eran oligarcas o golpistas. A muchos los conozco. Son pequeños y medianos productores, trabajadores por generaciones de su propia tierra y concientes de la importancia del campo para el desarrollo de la Nación.
Ya en ese entonces y cuando no compartir la visión del gobierno era suficiente para convertirse en enemigo, sentí la necesidad de marcar mis diferencias.
Gratamente fui notando que eran muchos los compañeros que se animaban a mostrar sus diferencias en público (en privado la mayoría de los que tienen responsabilidades institucionales lo hace).
Uno de los que no se calló fue el diputado nacional Felipe Solá. Obviamente lo calificaron de traidor y creyeron que lo mandaban al ostracismo.
Y si bien el detonante fue la crisis del campo que puso en la superficie lo peor de la administración K, no fue lo único que provocó mi distanciamiento definitivo:
·    La coerción a que son sometidos gobernadores e intendentes de todo el país a cambio de fondos para que sus territorios no estallen, lo que en los hechos significa la anulación del federalismo como forma de gobierno.
·    Las sospechas cada vez más nítidas de enormes negociados (Eskenazi en YPF, Cristóbal López en el tema juego, Lázaro Baez, Electroingeniería, Skanska, la compra de tierras fiscales en El Calafate , solamente para nombrar algunos).
·    La desvirtuación casi obscena del Consejo de la Magistratura.
·    Tras seis años de ejercicio del poder, la carencia de políticas definidas en materia de seguridad, transporte, inclusión social, energía, medio ambiente, desarrollo agropecuario y de economías regionales, étc.
·    El paulatino y ya indisimulado deterioro en la calidad institucional.
·    El retroceso innecesario y peligroso que significa partir la sociedad en dos (al mejor estilo venezolano).
·    La patológica política de comunicación social, que en los hechos no solamente significa indiferencia hacia la prensa, sino que se convierte en una suerte de desprecio hacia la sociedad misma.
·    La certeza que nada de lo descripto se modificará. Está en la naturaleza íntima de NK, el presidente virtual de todos los argentinos.

Una cantidad cada vez mayor de compañeros de todo el país tenemos la convicción de que hay que rescatar el diálogo y el debate de ideas como metodología de construcción política. Sabemos que hay que hablar con todos los actores políticos y sociales para construir verdaderas políticas de estado, hoy casi inexistentes.
Tenemos que discutir y pensar el país que queremos para las próximas décadas. La Argentina que viene estará signada –gobierne quien gobierne- por la tolerancia, el respeto y la construcción de consensos, porque es una exigencia popular impostergable.
Estamos obligados a ello con todos aquellos que coincidan en cuestiones básicas: más dignidad, más trabajo, más institucionalidad, más inclusión social, más seguridad, genuino desarrollo de la economía, nuevo régimen de coparticipación (federalismo) y fundamentalmente que tengamos un país en el que por pensar distinto nadie sea considerado un enemigo o un traidor a la patria.

Ricardo Cendoya
Secretario de Adoctrinamiento PJ Ensenada